En las salinas de Gujarat, India, se está gestando una inesperada revolución verde. Con el apoyo del sindicato SEWA, miles de trabajadoras informales que se dedican a la agricultura de la sal están reemplazando las bombas de diésel por energía solar, reduciendo emisiones, aumentando sus ingresos y demostrando que el camino hacia las emisiones de carbón netas cero puede traer consigo tanto transformación ambiental como económica.
La próxima vez que tomes el salero durante la cena, detente un momento a pensar en esos finos cristales blancos. Pueden representar la etapa final de un viaje que comienza en un mundo duro e implacable que pocos llegan a conocer.
Esos cristales bien podrían provenir de las abrasadoras salinas de Surendranagar, en el extremo occidental del estado indio de Gujarat. Durante generaciones, familias como la de Manguben Dhirubhai Jaga han trabajado desde el amanecer hasta mucho después del anochecer, bajo un sol cegador y temperaturas de 45 °C, para producir uno de los minerales más esenciales y menos valorados del mundo. Y, debido al cambio climático, sus vidas no hacen más que volverse más difíciles.

Manguben Dhirubhai Jaga, a 26-year-old salt-pan worker from Surendranagar. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
“La sal lo es todo aquí”, le dice Manguben al equipo de JUST Stories mientras se agacha junto a una gran pileta rectangular de tierra llena de salmuera (agua cargada de sal) en proceso de evaporación. Recoge un puñado de grandes cubos blanco perla, una de las formas geométricas más asombrosas de la naturaleza; su rostro está envuelto en un pañuelo delgado que la protege del sol implacable. “Nosotras no vamos a la oficina. Esto” –dice señalando el deslumbrante desierto– “es nuestra oficina.” El suelo está reseco y agrietado como porcelana rota; pero a lo lejos, flamencos salpican una llanura inundada, una señal ominosa para las salineras: a pesar del alivio que brinda la lluvia temprana, puede arruinar una cosecha de sal.
Una bomba de diésel cubierta de hollín yace en silencio junto a una de las piletas cercanas —una pieza que antes era esencial en el proceso; tanto una bendición como una maldición para las mujeres, y una fuente nociva de emisiones de carbono que pesa sobre la transición de India hacia energías con cero emisiones. “Solíamos gastar todo lo que ganábamos en diésel y reparaciones”, dice Manguben. “Al final de la temporada no quedaba nada.” Recuerda cuando el motor se descomponía a mitad de temporada, las correas se rompían, y tenían que esperar días a que un mecánico llegara desde el pueblo más cercano. “Un año no encendió durante diez días. Perdimos mucho tiempo y dinero.”

India es el tercer mayor productor de sal del mundo, y el 80 % proviene de estas salinas interiores de Gujarat. La gran mayoría de la fuerza laboral está compuesta por mujeres como Manguben, que durante décadas han recibido apenas una miseria por su labor; dependiendo, además, de préstamos abusivos para comprar diésel a precios inflados, y obligadas a vender su sal a precios bajísimos a intermediarios explotadores.
Con solo 26 años, Manguben ya lleva más de una década trabajando en las duras condiciones de las salinas. Cada año, ella y su familia de diez personas migran 40 kilómetros desde su aldea hasta el desierto, donde vivirán durante los siguientes ocho meses en un chhapara, una choza improvisada hecha de palos y lonas. Las mujeres duermen dentro, y los hombres bajo las estrellas. Su día comienza a las 7 a.m. con un desayuno rápido de bajri no rotlo (tortilla de mijo) y té negro. Y enseguida entra en la salmuera: reparando el revestimiento, arreglando fugas en las tuberías, monitoreando el nivel del agua, compactando y rastrillando la sal con los pies descalzos para formar cristales del tamaño ideal. Hace una pausa al mediodía para almorzar arroz con dhal, y luego regresa a las piletas, deteniéndose solo cuando las estrellas comienzan a brillar en el cielo.
No hay agua. No hay electricidad. No hay sombra. “Trabajamos con los pies en agua salada todo el día”, dice. “Arde cuando tienes heridas. Pero no hay opción: tienes que seguir.” Las manos de Manguben están cubiertas de blanco por la sal, y el agua es demasiado valiosa como para usarla para lavarse —sus reservas son solo para beber, y con moderación. Después de unas horas en el desierto, la piel empieza a sentirse pegajosa y obstruida, como si te hubieras bañado en el mar. Manguben ahora viaja a casa una vez por semana para ducharse, un lujo que solo recientemente ha podido permitirse.


The brine takes its toll on the Agariyas’ feet and skin, but they have limited clean water with which to wash the salt off at the end of the day. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
Pero, como ocurre con la mayoría de los dos mil millones de trabajadores no registrados, sin protección social que conforman la economía informal del mundo, así son las cosas —especialmente para las mujeres. Sin embargo, para Manguben eso cambió recientemente, cuando la Asociación de Mujeres Autoempleadas (SEWA, por sus siglas en inglés), un sindicato que defiende los derechos de las mujeres de bajos ingresos que trabajan de forma independiente en el sector informal de India, planteó algunas preguntas: ¿Y si estas Agariyas (trabajadoras de las salinas) también fueran dueñas de la energía que impulsa su producción de sal y pudieran mantener la tecnología por sí mismas? ¿Y si esa energía fuera limpia y saludable tanto para las mujeres como para el medio ambiente?




The salt farming process involves pumping brine from underground reservoirs into a series of increasingly saline pans, which are continuously raked and tamped to produce the perfect size crystals for sale. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
Durante la última década, con el apoyo de SEWA y sus aliados, las Agariyas han ido reemplazando gradualmente sus bombas de diésel por páneles solares, gracias a capacitaciones en “habilidades verdes” (habilidades para fomentar la sostenibilidad ambiental) y a un innovador esquema de financiamiento. Así, han reducido emisiones, bajado costos y recuperado el control de su futuro económico. “Ahora no gastamos en diésel. Ahorramos. Decidimos juntas”, dice Manguben. “Antes nos sentíamos impotentes; ahora nos sentimos orgullosas.”
En el horizonte, una columna de humo negro se eleva sin cesar desde la bomba diésel de una vecina. Pero aquí, dos pequeños paneles solares se inclinan hacia el cielo. No hacen ruido. No producen humo. Solo ofrecen energía constante y confiable proveniente del sol.
“Ahora no gastamos en diésel. Ahorramos. Decidimos juntas. Antes nos sentíamos impotentes; ahora nos sentimos orgullosas.”
En este paisaje árido, casi lunar, está ocurriendo una revolución silenciosa dentro de una de las industrias más duras del mundo —una que podría transformar nuestra forma de entender las transiciones justas hacia las emisiones netas cero y, más específicamente, cómo garantizar los derechos humanos, de género y laborales en la economía informal global. Con cientos de miles de trabajadoras de salinas en todo el mundo —y millones de mujeres laborando en sectores informales e intensivos en carbono—, el modelo de negocio de SEWA ofrece una módelo para la acción climática, impulsada por una fuente de poder subestimada: las mujeres.
“Este es uno de los ejemplos más poderosos y genuinos de lo que significa una transición justa”, afirma Mary Robinson, aliada cercana de SEWA, expresidenta de Irlanda, ex Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos y cofundadora de la campaña de justicia climática liderada por mujeres Project Dandelion. “Del uso de bueyes al diésel, y del diésel a la energía solar —todo en manos y bajo el control de las propias mujeres. Es una historia rara, integral y profundamente transformadora. El mundo entero debería estar tomando nota.”


The Agariyas must live in temporary accommodation in the desert for eight months of the year. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
Un ciclo de explotación
La sal ha sido parte integral de la cultura y la economía de la India durante milenios. “Aquí se la conoce como el ‘jugo de la vida’”, dice Reema Nanavaty, directora de SEWA. “La gente la compra antes del amanecer para asegurar un buen día.” Y sin embargo, la industria salinera del país —con una producción anual de 30 millones de toneladas— es una de las más extractivas y desiguales del mundo, moldeada por generaciones de explotación sistémica y abandono.
Este mineral también está profundamente ligado a la historia colonial de la India. En 1930, la Marcha de la Sal de Gandhi contra el impuesto opresivo impuesto por los británicos se convirtió en un momento clave de resistencia en la lucha por la independencia del país. “Gandhi eligió la sal específicamente porque es un producto humilde extraído por los trabajadores más vulnerables y empobrecidos del país”, explica Nanavaty.

Reema Nanavaty, Director of SEWA. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
En Gujarat, particularmente en las áridas regiones interiores de Kutch y Banaskantha, la industria sigue estando dominada por pequeños productores informales —las Agariyas— que utilizan la técnica tradicional de evaporar salmuera en piletas excavadas en la tierra para producir la sal; tienen un acceso muy limitado a tecnología o financiamiento.
Gandhi eligió la sal específicamente porque es un producto humilde extraído por los trabajadores más vulnerables y empobrecidos del país.
Cada año, de octubre a junio, las Agariyas bombean agua salmuera hacia una serie de piletas con niveles crecientes de salinidad. El sol del desierto cristaliza el agua en sal, que las trabajadoras compactan y rastrillan continuamente hasta que se forman cubos de cristal de tamaño perfecto. Luego venden su cosecha a comerciantes locales (principalmente intermediarios de la región de Marwar, en Rajastán), quienes la transportan por carretera y ferrocarril hasta las plantas de procesamiento. Empresas como Tata Salt lavan, muelen y refinan la sal antes de empacarla para distintos mercados. Para la exportación, la sal viaja a puertos indios, cruza océanos en cargueros y entra a la red de distribución de otros países a través de importadores y mayoristas. Finalmente, llega a los estantes del supermercado, donde los consumidores la compran para abastecer sus cocinas y mesas.

Históricamente, las Agariyas dependían de bueyes para accionar las bombas que extraen la salmuera de los reservorios subterráneos. Pero desde hace 60 años, esa función la cumplen, en su mayoría, bombas diésel, que son costosas y dañinas para el medio ambiente. En una región que ya sufre los impactos del cambio climático, las temperaturas en aumento y los eventos climáticos extremos, los agravios ambientales de las bombas de diésel, solo hacen más difícil la vida de las Agariyas.
Una familia Agariya consume alrededor de 1,300 litros de diésel para alimentar sus bombas durante la temporada de producción de ocho meses. Solo en el Rann de Kutch, el consumo anual de diésel alcanza los 56 millones de litros entre 43,000 familias, lo que genera unas 115,000 toneladas métricas de emisiones de CO₂. Esta contaminación no solo representa un problema climático, sino también de salud: las trabajadoras inhalan los gases tóxicos mientras realizan labores extenuantes, lo que provoca enfermedades respiratorias frecuentes. “La dependencia del diésel no solo mantiene a las trabajadoras atrapadas financieramente, sino que también perpetúa riesgos de salud que amenazan sus vidas”, explica Sameer Kwatra, director senior en India del Consejo de Defensa de Recursos Naturales (NRDC, por sus siglas en inglés), aliado clave del programa salinero de SEWA. “El costo ambiental es apenas la punta del iceberg; es el daño invisible a estas familias lo que pasa desapercibido.”
Para alcanzar el agua subterránea, las Agariyas cavan pozos angostos de hasta nueve metros de profundidad en la tierra seca. Llevan una cuerda atada en caso de desmayarse por una fuga de monóxido de carbono y tener que ser arrastradas a un lugar seguro —cada año, algunas personas mueren. “Es peligroso, pero no tenemos otra opción más que seguir trabajando”, dice Manguben.

Some Agariyas die every year from carbon monoxide leaks when they hand-dig wells to access subterranean salt-water reservoirs. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
Aunque la producción de sal es un negocio familiar para las Agariyas, la norma cultural es que las mujeres realicen el trabajo más arduo, mientras que los hombres se encargan del negocio y las finanzas. Por ello, las mujeres suelen quedar excluidas de los procesos de toma de decisiones que afectan sus vidas, desde la fijación de salarios hasta la autonomía financiera y energética. A menudo, dependen de intermediarios masculinos para comprar diésel, negociar con los comerciantes e incluso gestionar las finanzas del hogar, lo que perpetúa las desigualdades de género. Por lo general, las mujeres son las últimas en recibir el pago por su sal.

Al carecer de las protecciones laborales del sector formal, la mayoría de las Agariyas deben solicitar préstamos de capital de trabajo a los comerciantes al inicio de cada temporada para pagar por adelantado el diésel de sus bombas. Esto otorga a los comerciantes el control sobre el flujo de capital, y una mala temporada puede condenar a una familia Agariya a caer en un ciclo vicioso de endeudamiento, similar a una forma de servidumbre por deudas. “El sistema está amañado”, dice Heenaben Dave, vicepresidenta de SEWA. “Las mujeres no tienen voz en el precio ni en el momento en que se les paga. Trabajan duro, pero sus ingresos están constantemente a merced de comerciantes que tienen todo el poder.”
Mirando con tristeza hacia el horizonte ondulante por el calor, Manguben relata: “Trabajaba bajo el sol abrasador, día tras día, pero la mayor parte del dinero se lo quedaban los comerciantes. Tenía suerte si me pagaban a tiempo.”

An Agariya family in Surendranagar. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
En términos reales, las familias Agariyas destinan entre el 40 % y el 60 % de sus ingresos anuales al diésel, y solo ganan alrededor de ₹150 (2 USD) por cada tonelada de sal, mientras que el precio de mercado supera los ₹17,000 (239 USD). Los comerciantes —que tienen un cuasi-monopolio sobre los vagones ferroviarios que transportan la sal por el país— se quedan con la mayor parte de las ganancias. “Es un ciclo vicioso”, dice Kwatra. “Una vez que caen en deuda, es casi imposible salir. Los comerciantes tienen toda la ventaja, y los trabajadores, especialmente las mujeres, tienen muy pocas opciones más que seguir trabajando en esas condiciones.”
A esto se suma la estacionalidad de la industria: las mujeres deben alterar la vida de sus familias y comunidades migrando para encontrar empleo durante los cuatro meses de la temporada baja. A menudo, se ven obligadas a tomar nuevos préstamos para sobrevivir, lo que profundiza aún más su endeudamiento. “Durante la temporada baja, mi familia batallaba para encontrar trabajo”, recuerda Manguben. “Dependíamos de préstamos de los comerciantes, y si la temporada era mala, no podíamos pagarlos. Era un ciclo sin fin.”
Al comprender las múltiples dimensiones de las dificultades que enfrentan estas mujeres, SEWA entendió que cualquier solución climática debía abordar también los aspectos sociales y económicos. “No se trata solo de reducir el uso de diésel; se trata de empoderar a las mujeres para que tomen el control de su trabajo y de sus vidas”, afirma Nanavaty.




The Agariyas must endure some of the world’s toughest working conditions, with temperatures often reaching 45ªC. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
Mujeres tomando el poder
Fundado en 1972 por la fallecida Ela Bhatt, reconocida abogada y activista social india, SEWA ha sido durante décadas una fuerza líder en favor de la equidad de género en India, y hoy cuenta con 3.2 millones de afiliadas en todo el país. Inicialmente enfocado en áreas urbanas, el sindicato comenzó a expandirse hacia las zonas rurales a finales de la década de 1980. “Las artesanas textiles siempre desaparecían alrededor de octubre, y eventualmente nos dimos cuenta de que se iban a trabajar a las salinas”, cuenta Nanavaty. “Así que pasamos un mes viviendo en el desierto con ellas para entender sus problemas, y descubrimos que estaban, en esencia, en una situación de trabajo forzado y explotación laboral. De hecho, los comerciantes intentaban sabotearnos —nos ponchaban las llantas y demás— para que no pudiéramos ayudar a las mujeres.”
Comenzaron oficialmente a trabajar con las Agariyas en 2010, brindándoles apoyo en salud y cuidado infantil, pero pronto comprendieron que eran necesarios cambios más profundos. Tras un año de consultas con las trabajadoras, SEWA identificó la transición a bombas de celdas solares como la acción más impactante. “No impusimos una solución a las mujeres”, explica Dave. “Estábamos escuchando, no solo proporcionando. Les preguntamos qué necesitaban, y ellas mismas identificaron las bombas solares como la mejor solución.”
Para probar la viabilidad técnica, SEWA lanzó un proyecto piloto en 2013 con 14 bombas solares para 14 mujeres Agariyas. Las trabajadoras recibieron préstamos sin intereses a través de la asociación distrital de SEWA. Las participantes —dos con sistemas exclusivamente solares y doce con sistemas híbridos (solar-diésel)— registraron importantes reducciones de costos. SEWA también ayudó a las mujeres a organizar cooperativas de productoras (empresas donde las productoras agrupan su producción en beneficio común) para negociar mejores precios con los comerciantes y las fábricas de sal.
Estábamos escuchando, no solo proporcionando.
En 2014, SEWA se asoció con el Consejo de Defensa de Recursos Naturales (NRDC por sus siglas en inglés) para construir un modelo de negocio que permitiera llevar bombas solares a todas las familias Agariyas. Con el apoyo de la empresa estadounidense de energía renovable SunEdison, distribuyeron 200 bombas de agua solares a trabajadoras Agariyas en el Pequeño Rann de Kutch. Los beneficios económicos, sociales, ambientales y comerciales observados por las participantes impulsaron la expansión del programa.
Basándose en el uso de las bombas por parte de las productoras de sal, SEWA y NRDC desarrollaron —con ayuda de ingenieros del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT)— técnicas para bombas solares eficientes en condiciones desérticas, como el tamaño adecuado de los motores eléctricos y de los paneles solares necesarios. También colaboraron con el Ministerio de Energías Nuevas y Renovables (MENR) para integrar mejor estas especificaciones en su programa de subsidios de capital, originalmente destinado a bombas de riego de mayor capacidad. Posteriormente, los socios trabajaron con el Banco Nacional de Agricultura y Desarrollo Rural (BNADR), la agencia gubernamental que implementa el subsidio, para asegurar que llegara a las productoras de sal. Además, en 2017 el gobierno de Gujarat anunció subsidios del 80 % para la adquisición de bombas solares destinadas a la producción de sal. Estos incentivos ayudaron a reducir significativamente los costos iniciales para las trabajadoras.

SEWA’s Heenaben Dave (far left) with some Agariya women she works with in Surendranagar. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
Sin embargo, las Agariyas aún necesitaban préstamos para adquirir las bombas solares: con un costo de entre $2,000 y $2,500 USD cada una, las bombas seguían estando fuera del alcance de los modestos ingresos mensuales de $100 USD de estas trabajadoras. Las microempresas suelen enfrentar dificultades para obtener préstamos para inversiones en tecnología o equipos en relación al riesgo por parte de los prestamistas tradicionales. Por ello, SEWA y el NRDC trabajaron con las mujeres para explorar formas de atraer financiamiento público y privado.
Las conversaciones con importantes entidades financieras como la Corporación Financiera Internacional (IFC) pusieron de relieve la oportunidad de impulsar el financiamiento sostenible para energía limpia, derribando barreras comunes al acceso financiero, como la falta de documentos de identidad y domicilio, el escaso conocimiento de las mujeres sobre los requisitos del sistema bancario formal, y la falta de acceso a préstamos debido a la naturaleza estacional de los ingresos de las Agariyas. Finalmente, los socios identificaron tres medidas exitosas de financiamiento para reducir el costo y el monto del préstamo requerido: financiamiento por parte del proveedor, subsidios de capital y préstamos de bajo costo.
SEWA prestó las bombas solares a sus miembros mediante planes de pago a cinco años, sin intereses; SunEdison proporcionó las bombas a SEWA a través de un esquema de financiamiento sin costo inicial. Para no sobrecargar a las trabajadoras, los pagos se programaron de manera estacional, es decir, durante los meses de producción de sal. Estos préstamos resultaban asequibles gracias al ahorro que representaban por los gastos de diésel, lo que en la práctica significaba que las bombas se pagaban solas al final del periodo. Con una tasa de interés del 12 %, el periodo de recuperación para las mujeres que optaban por bombas híbridas podía ser tan corto como 38 meses.
El historial de pago por parte de las productoras de sal durante las primeras etapas demostró la viabilidad económica del financiamiento de las bombas solares. En fases posteriores, la Red de Comercio de Base para Mujeres del Banco SEWA (GTNfW por sus siglas en inglés) facilitó el financiamiento. El propio Banco SEWA fue fundado en 1974 como un banco cooperativo destinado a otorgar crédito a las afiliadas de SEWA para empoderarlas financieramente y reducir su dependencia de prestamistas informales.
Para atraer a más bancos comerciales al esquema, la IFC creó un mecanismo de financiamiento mixto (blended finance), que utiliza capital público para atraer inversión privada, a fin de reducir el riesgo crediticio. La IFC usó fondos filantrópicos proporcionados por el YES Bank de India para establecer una “garantía de primera pérdida” para los prestamistas, que cubriría el 25 % de las pérdidas en caso de incumplimiento. “Con esta garantía de primera pérdida, logramos ofrecer una solución de mitigación de riesgo que dio seguridad a los prestamistas”, explica Arun Sharma, entonces director de inversiones de la IFC y quien lideró la estructuración. “Al reducir significativamente el riesgo de pérdidas por incumplimientos, el Banco SEWA pudo ofrecer préstamos mucho mayores a su límite crediticio habitual (los bancos tienen límites de cuánto pueden prestar a determinados segmentos de clientes) para financiar la compra de bombas solares por parte de las Agariyas.”
Este mecanismo permitió al Banco SEWA financiar otras 600 bombas solares en 2017 y convenció al Banco de Baroda (BoB), el tercer banco del sector público más grande de India, otorgar préstamos a las Agariyas en condiciones razonables. BoB y SEWA firmaron un memorando de entendimiento (MoU) mediante el cual el banco se comprometió a ofrecer préstamos directos para otras 15,000 bombas solares, permitiendo así una expansión masiva del proyecto.


Reema Nanavaty and Mary Robinson are shown the salt farming process by Agariya women in Surendranagar. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
SEWA también se dio cuenta de que, debido a la reducción de emisiones derivada del reemplazo del diésel por energía solar, el programa era elegible para créditos de carbono —certificados negociables que pueden comprarse y venderse para compensar emisiones, ya sea mediante proyectos que previenen emisiones o que eliminan gases de efecto invernadero.
Después de tres años de trabajo, en 2018 se lanzó un esquema de créditos de carbono en la plataforma de comercio Gold Standard, cuyos ingresos ayudaron a pagar los préstamos de las mujeres para adquirir las bombas solares. “Los créditos de carbono cambiaron las reglas del juego”, afirma Atul Bagai, entonces director de país del Programa para el Medio Ambiente de la ONU (PNUMA) en India, otro socio clave del programa. “Proporcionaron una fuente adicional de ingresos, lo que nos ayudó a mantener la sostenibilidad financiera del proyecto.” Pero con el tiempo, SEWA comprendió que corría el riesgo de repetir uno de los errores del pasado: que las mujeres dependieran de ingenieros varones o expertos externos para instalar o reparar las bombas diésel cuando se averiaban, lo cual ocurría con frecuencia.
Para evitar esto, en 2019 SEWA —con la ayuda del PNUMA y del Consejo de Habilidades para Empleos Verdes de la India— puso en marcha un programa para capacitar a las mujeres como ingenieras solares, capaces de instalar y mantener no solo sus propios paneles y bombas solares, sino también la infraestructura solar de otras personas. “Fue una escena bastante surrealista ver a Reema y al director del PNUMA firmar un memorando de entendimiento en medio del desierto, rodeados de miles de mujeres”, recuerda Bagai. “Había una enorme demanda en India de ingenieros solares, y nos dimos cuenta de que también podíamos responder a esa necesidad con este proyecto. Fue una situación en la que todos ganaron: las mujeres lograron independencia económica, y el sector de energía renovable ganó una fuerza laboral capacitada para respaldar su expansión.”
Había una enorme demanda en India de ingenieras solares, y nos dimos cuenta de que también podíamos responder a esa necesidad con este proyecto.
Tras algunos éxitos iniciales, PNUMA consideró que la formación podía ser gestionada de mejor manera por una empresa local de energías renovables y comenzó la búsqueda de un posible socio del sector privado. Con una sólida presencia empresarial en Gujarat, ReNew resultó ser el aliado perfecto. La empresa se sumó al proyecto y lanzó su programa de formación ‘Proyecto Surya’ en 2022, con el objetivo de capacitar a 1,000 mujeres Agariyas como técnicas solares. El proyecto fue respaldado por la Fundación ReNew, creada tras la legislación india de 2014 que obliga a las empresas a destinar el 2 % de sus beneficios a la responsabilidad social empresarial (RSE); aunque la compañía sabía que esta iniciativa también tenía sentido desde el punto de vista empresarial. “ReNew nunca prometió empleos, pero sabíamos que había una demanda significativa de habilidades en el sector, así que era una brecha que requería atención urgente”, afirma Vaishali Nigam Sinha, cofundadora de ReNew y presidenta de la Fundación ReNew. “Con instalaciones solares y eólicas en toda la India, encontrar talento capacitado a nivel local sigue siendo un desafío que estamos decididas a resolver, al asegurar que las mujeres reciban formación y estén al frente de las acciones para cubrir esta necesidad.”
Manguben completó la formación en 2019 y ahora es una técnica solar certificada. Está a cargo del sistema de bombeo solar de su familia y puede repararlo cuando se avería. Durante la temporada baja, gana dinero instalando infraestructura solar en otras aldeas. “Antes, jamás imaginé que pudiera ser técnica; las salinas eran toda mi vida”, cuenta. “Es un cambio enorme para mí.”


The solar technician training programmes are designed to be hands-on and accessible, allowing workers to build their technical capacity from the ground up. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
La evolución del programa no se detuvo allí. SEWA se dio cuenta de que la temporada baja representaba una oportunidad para convertir a las mujeres en “emprendedoras de la energía”. “Queríamos que las mujeres fueran propietarias de toda la cadena de valor de la energía solar”, explica Nanavaty. Así surgió la idea de crear un parque solar temporal al borde del desierto, donde las mujeres pudieran transportar e instalar sus paneles solares individuales al final de la temporada. Este parque solar estacional generaría electricidad para vender a la red eléctrica durante la temporada baja, hasta que los paneles volvieran a ser necesarios en el desierto la siguiente temporada.
“Ahora, los paneles solares no se quedan sin uso durante la temporada baja”, explica Dave. “Las mujeres agrupan sus paneles en un parque solar colectivo, y venden electricidad a la red, creando una nueva fuente de ingresos pasivos que no depende de las salinas.”



The temporary solar park is designed to give the Agariyas a source of passive income when they return to their villages after the salt-harvesting season. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
El modelo SEWA: “Un ejercicio de voluntad colectiva.”
Y tras años de desarrollo progresivo, el modelo integral que ha surgido —basado en la propiedad cooperativa, la capacitación y el empoderamiento colectivo— ya está dando frutos. Hasta ahora, se han instalado 7,000 bombas solares en toda la región. En promedio, esto ha generado un aumento del 30–33 % en los ingresos por producción de sal para las beneficiarias. Sin embargo, al incluir los ingresos adicionales provenientes del parque solar colectivo y las oportunidades laborales como técnicas solares, las mujeres han pasado de ganar entre ₹5,000 y ₹10,000 ($58–$116 USD) al año, a alrededor de ₹40,000–60,000 ($465–$698 USD), lo que representa un notable incremento promedio del 600 %.
“Y lo más increíble es que no ha habido ningún incumplimiento de pago hasta ahora; por lo que ya hemos podido devolver los fondos filantrópicos que respaldaban la garantía de primera pérdida del 25 % otorgada por YES Bank”, añade Sharma. “SEWA genera tal nivel de lealtad y confianza entre sus afiliadas, que estas mujeres hacen todo lo que está en sus manos para evitar incumplir con sus préstamos —es un verdadero ejercicio de voluntad colectiva.”
Y lo más increíble es que no ha habido ningún incumplimiento de pago hasta ahora; por lo que ya hemos podido devolver los fondos filantrópicos que respaldaban la garantía de primera pérdida del 25 %.”
Según un análisis realizado por SEWA, el ahorro en combustible y mantenimiento al reemplazar el diésel por energía solar ha generado una reducción promedio del 60 % en los costos operativos de las mujeres. Además, el acuerdo de cinco años firmado con Gold Standard ha permitido que 1,100 mujeres Agariyas ganen entre $35 y $40 dólares al año por concepto de créditos de carbono, destinándose el 15 % de ese monto al pago de sus préstamos.
Al formar cooperativas, las Agariyas también han ganado poder de negociación colectiva para acordar mejores precios con los comerciantes, alejándose de un sistema en el que los precios eran fijados de forma unilateral. Según SEWA, desde el inicio del proyecto el precio de la sal ha aumentado un 20 %, alcanzando los ₹120 por tonelada métrica.




After the salt season ends, the Agariyas transport their solar panels to a site near Dhranghdhra, where the trained Agariya solar technicians install them to form a temporary solar park. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
SEWA también descubrió que el 70 % de las mujeres participantes han podido invertir sus ingresos adicionales en mejorar la educación y la atención médica de sus hijos. “Ahora podemos enviar a nuestros hijos a la escuela sin preocuparnos por el costo”, dice Manguben.
Manguben ha comprobado que las bombas solares son mucho más eficientes que sus predecesoras bombas de diésel. Como resultado, ya ha pagado el préstamo de su primera bomba solar y ha comprado tres más, lo que le permite operar cuatro bombas de forma continua, algo que antes no le hubiera sido posible. Antes de la transición solar, su familia producía entre 600 y 650 toneladas de sal al año. Tras adoptar la nueva tecnología, su producción casi se duplicó, alcanzando unas 1,100 toneladas.
Ahora ahorra más de ₹200,000 ($2,329 USD) por temporada. Estos ahorros le han permitido a su familia pagar su préstamo; comprar tres bombas adicionales, un tractor y una motocicleta; construir dos casas; pagar la educación de sus sobrinos y sobrinas; asistir a eventos sociales como bodas; y, en general, mejorar la calidad de vida. “Antes de tener los paneles solares, apenas lográbamos llegar a fin de mes, y la temporada baja era una época muy estresante. Ahora, no solo ahorro en diésel, sino que también gano con el parque solar y mis conocimientos en energía solar. Mis ingresos por la sal han aumentado casi un 30 % y puedo planear mejor el futuro de mi familia.”

Tractors are essential for transporting salt and solar panels to and from the desert. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
En promedio, cada bomba solar reduce 2.7 toneladas de CO₂ al año. Por lo tanto, las 7,000 bombas instaladas hasta ahora reducen un total de 18,900 toneladas anuales de CO₂, lo que equivale a sacar más de 4,000 automóviles de circulación. Además, el parque solar tiene una capacidad de 2.7 megavatios de electricidad renovable. “Lo que comenzó como una forma de reducir la carga del diésel se ha convertido en un modelo que no solo ahorra dinero, sino que también reduce nuestra huella ambiental”, afirma Nanavaty.
Adicionalmente, los 100,000 litros de diésel que no se queman gracias al proyecto implican menos contaminación y una reducción significativa de los riesgos para la salud de las Agariyas. “Cuando trabajaba con bombas de diésel, a menudo me dolía el pecho por los gases. Me siento muy aliviada de haber dejado atrás esos días”, comenta Manguben.
Pero para las propias mujeres, el impacto del proyecto ha sido mucho más que económico o ambiental. Para muchas, la independencia y autonomía que han adquirido ha transformado completamente su rol dentro de sus familias y comunidades. Para Manguben, ha significado un nuevo sentido de independencia financiera. “Antes, tenía que pedir permiso para gastar dinero. Ahora, puedo decidir por mí misma. No tengo que pedirle a nadie, y eso me empodera”, dice.
Para Payal Dharamsibhai Metalia, una joven Agariya de 21 años que se unió a SEWA hace tres años para formarse como ingeniera solar a tiempo completo, el aumento de ingresos y autonomía ha cambiado las dinámicas de poder dentro de las familias, permitiendo que las mujeres tomen decisiones que antes estaban fuera de su alcance, como la asignación de recursos del hogar y la inversión en el futuro de sus hijos. “Antes de unirnos a SEWA, se nos veía como ayudantes en el hogar, pero ahora se nos ve como proveedoras. Puedo apoyar la educación de mis hermanos y eso me llena de orgullo”, afirma.

Payal Dharamsibhai Metalia, a 21-year-old Agariya woman who joined SEWA three years ago to train as a full-time solar engineer. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
Saniya Salimbhai Divan, una joven de 18 años y miembro de tercera generación de SEWA, apoya con orgullo la educación superior de su hermano mayor utilizando sus nuevos ingresos de ₹400 ($4.66 USD) al día, contribuyendo al pago de su maestría en ciencias, algo que nunca habría imaginado posible antes de unirse a SEWA.
Manguben ha notado que sus vecinas cada vez animan más a sus hijas a acercarse a ella, con la esperanza de unirse a SEWA y acceder a oportunidades similares. “Siento que he entrado a un mundo nuevo. Ya no soy invisible. Puedo tomar decisiones por mí misma y por mi familia. Y cuando veo el cambio en la vida de mis hijos, sé que estoy construyendo un futuro mejor para ellos.”
Más allá de la transición energética de fondo, el proyecto de SEWA ha permitido que muchas de estas mujeres aspiren a una educación superior, a carreras profesionales y a contribuir de forma significativa —e incluso liderar— dentro de sus comunidades. Tanto Payal como Saniya planean utilizar sus ingresos para continuar sus estudios. “Antes de unirme a SEWA, no teníamos sueños. Ahora veo un futuro donde todo es posible”, dice Payal.
Antes de unirnos a SEWA, se nos veía como ayudantes en el hogar, pero ahora se nos ve como proveedoras.
Si bien los sindicatos formales desempeñan un papel crucial en la defensa de los derechos laborales, la garantía de salarios justos y la mejora de las condiciones de trabajo a nivel nacional, los trabajadores informales, como las Agariyas, suelen quedar excluidos de estas protecciones. Sin el respaldo de sindicatos formales, muchos trabajadores de la economía informal —especialmente las mujeres— enfrentan explotación, falta de seguridad social y un poder de negociación muy limitado. Organizaciones como SEWA son fundamentales para cerrar esta brecha al organizar a trabajadores informales como las productoras de sal, vendedoras ambulantes y recicladoras, ofreciéndoles una plataforma para expresar sus preocupaciones, negociar mejores salarios y defender sus derechos humanos y laborales.
Para Alison Tate, exdirectora de Política Económica y Social de la Confederación Sindical Internacional (CSI, por sus siglas en inglés), el poderoso modelo que SEWA y sus aliados han creado “transforma a sus miembros de ser ‘tomadoras de precios’ en el mercado de la sal a ‘formadoras de precios’ —y ya no dependen del precio del diésel. Representa un cambio fundamental para las trabajadoras que durante generaciones han sido explotadas durante generaciones. Ahora tienen poder económico y dignidad, el poder de transformar sus propias condiciones laborales y su futuro.”

Saniya Salimbhai Divan, an 18-year-old third-generation SEWA member. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
Una solución escalable
Más allá de las llanuras secas de Surendranagar, el modelo subyacente de SEWA ofrece un enorme potencial tanto en la India como en otras partes del mundo. Su aplicación más evidente sería en industrias salineras no industrializadas, pero también podría adaptarse a otros sectores informales de pequeña escala donde los trabajadores dependen de la producción alimentada por combustibles fósiles para ganarse la vida, ofreciendo así el potencial de impulsar significativamente una transición justa hacia las cero emisiones netas a nivel global.
Al ofrecer apoyo legal, inclusión financiera y acceso a soluciones de energía limpia como las bombas solares, SEWA empodera a las mujeres para que se apropien de sus derechos y los hagan valer desde su lugar de trabajo y en sus comunidades. El programa también promueve la equidad de género al cuestionar las dinámicas tradicionales de poder, asegurando que las mujeres no solo sean tratadas de forma justa, sino que también tengan la oportunidad de liderar y abogar por sus propios derechos dentro del sector salinero.
El modelo transforma a las integrantes de ser ‘tomadoras de precios’ en el mercado de la sal a ‘formadoras de precios’ —y ya no dependen del precio del diésel. Representa un cambio fundamental para las trabajadoras que durante generaciones han sido explotadas por generaciones.
Ampliar el programa de SEWA —que aún se encuentra en sus primeras etapas— a las 43,000 familias Agariya en la región del Rann de Kutch, en Gujarat, podría ahorrar aproximadamente 115,000 toneladas de CO₂ al año, lo que equivale a sacar de circulación unos 25,000 automóviles, según las estimaciones del Consejo de Defensa de Recursos Naturales. Pero en toda la India, algunos cálculos estiman que hay hasta 150,000 trabajadoras en salinas. Aunque aún no se ha realizado un análisis oficial, si cada una de ellas sustituyera sus bombas alimentadas por diésel por equivalentes solares y lograra las mismas reducciones de emisiones observadas en el proyecto de SEWA (2.7 toneladas de CO₂ por año), esto representaría una reducción aproximada de 400,000 toneladas de CO₂ anuales.
De manera similar, se calcula que existen varios cientos de miles de salineras artesanales en todo el mundo, particularmente en China, Bangladés, Etiopía, Indonesia y Senegal. Muchas de ellas dependen total o parcialmente de bombas a diésel para extraer salmuera de acuíferos subterráneos o para gestionar la distribución de salmuera desde el mar en salinas costeras. Si todas ellas hicieran la transición a bombas solares, esto equivaldría a más de un millón de toneladas de CO₂ evitadas cada año.

Pero el modelo solar de SEWA no se limita a la industria de la sal, y existen muchos otros sectores dependientes de combustibles fósiles en la India y en el mundo —desde materiales de construcción hasta textiles y agricultura— que podrían beneficiarse de esta experiencia y reforzar el poder de los trabajadores informales. “Varias otras entidades están intentando ahora aplicar modelos similares con microempresas desatendidas y otros prestatarios de bajos ingresos”, señala Sharma. “Los modelos de negocio pueden variar según el sector, pero lo verdaderamente escalable es el enfoque de base: la capacidad de organizar y movilizar a prestatarios para que accedan a crédito asequible, lo utilicen de manera productiva, reciban formación en habilidades verdes y educación financiera, y cuenten con mecanismos que reduzcan el riesgo para los prestamistas.”
Los hornos de ladrillos artesanales, presentes principalmente en economías emergentes y en desarrollo, son importantes emisores globales de gases de efecto invernadero y contaminantes del aire. Suelen ser operaciones informales a pequeña escala que dependen de métodos de cocción ineficientes y combustibles contaminantes como el carbón. Se estima que cada año se producen 1.5 billones de ladrillos de arcilla en todo el mundo, el 90 % de los cuales se fabrican en Asia. El carbón utilizado por la industria ladrillera en los cinco principales países asiáticos productores de ladrillos genera el 1.2 % de todas las emisiones de CO₂ antropogénicas a nivel mundial. La transición de estos hornos al uso de energía solar, como se ha visto recientemente en Uttar Pradesh, podría representar un gran avance en las metas mundiales de reducción de emisiones y —si se aplicara el modelo de SEWA— podría mejorar la calidad de vida de los 16 millones de trabajadores empleados en esta industria en el sur de Asia.
De forma similar, la industria textil global genera entre el 3 % y el 10 % de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero del planeta, y cerca del 35 % de sus 450 millones de trabajadores están empleados en la informalidad, principalmente en países como India, Bangladés y Pakistán —el 75 % de ellos son mujeres. Por ejemplo, en Bangladés se estima que operan unas 7,000 fábricas informales de ropa, que emplean a decenas de miles de trabajadoras en condiciones precarias. Pero, según Tate, las cooperativas solares en fábricas textiles, especialmente con instalaciones solares en azoteas, podrían proporcionar un suministro eléctrico más regular, mejorar los horarios laborales y los ingresos de las trabajadoras, así como facilitar el acceso a electricidad en sus hogares. “Este modelo ya se aplica en varios países, incluyendo Sudáfrica (con participación sindical), Brasil, Senegal e Indonesia, y puede implementarse mediante cooperativas de trabajadores u otras estructuras colaborativas”, señala.
No obstante, tal vez la aplicación más prometedora del modelo de SEWA sea la sustitución de las bombas de riego a diésel en las pequeñas granjas agrícolas del mundo. Los 600 millones de pequeños agricultores del planeta, concentrados en su mayoría en países de bajos ingresos, producen un tercio de los alimentos a nivel mundial, y muchos de ellos dependen de bombas alimentadas por diésel para irrigar sus cultivos. Según diversas investigaciones, los sistemas solares de riego pueden reducir los costos energéticos de estos agricultores en un 80 % y disminuir sus emisiones en un 95 %; y en Kenia, Tanzania y Uganda, estudios del Instituto Internacional de Gestión del Agua han demostrado que estos sistemas han incrementado los rendimientos anuales en un 30%-60 %. Solo en India, se estima que cinco millones de bombas solares de riego podrían ahorrar 10 mil millones de litros de diésel y reducir 26 millones de toneladas de emisiones, según datos del Consejo de Energía, Medio Ambiente y Agua.
“La escalabilidad de este modelo para bombas solares de riego en la agricultura a pequeña escala es masiva”, afirma Kamya Choudhary, investigadora de políticas para India en el Instituto Grantham de Investigación sobre Cambio Climático y Medio Ambiente. “El fortalecimiento de capacidades es fundamental. Lo he visto muchas veces: la tecnología limpia se descompone, no hay nadie que la repare y se abandona, por lo que los agricultores regresan a las viejas prácticas.”
El fortalecimiento de capacidades es fundamental. Lo he visto muchas veces: la tecnología limpia se descompone, no hay nadie que la repare y se abandona, por lo que los agricultores regresan a las viejas prácticas.
En efecto, el componente formativo del modelo de SEWA no solo aborda este problema, sino que también resuelve un segundo reto que enfrentan los gobiernos en todo el mundo: la falta de competencias verdes para construir la transición hacia emisiones de carbón cero netas. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se prevé un déficit de 85 millones de “empleos verdes” para el 2030, especialmente en energía renovable, agricultura sostenible y eficiencia energética. Y a través de figuras como Manguben, Saniya y Payal, SEWA está formando una nueva generación de técnicas calificadas para impulsar la transición ecológica de la India. “Invertir en empleos verdes para trabajadores informales no solo satisface la demanda energética: también acelera la transición global hacia un futuro con emisiones de carbón natas cero y genera nuevas oportunidades en una economía sostenible”, señala Choudhary.
Y por supuesto, empoderar a estas trabajadoras del sector informal no solo mejora directamente sus condiciones de vida, sino que también genera un impacto económico positivo a gran escala. Actualmente, existen 2 mil millones de personas trabajadoras en el sector informal, lo que representa el 58% de la población trabajadora mundial (90% en países de bajos ingresos). Según la OIT, formalizar a estos trabajadores permitiría mejorar sus salarios, beneficios y protecciones legales, de la misma forma, les permitiría contribuir de forma más efectiva a sus economías. Este cambio podría traducirse en un aumento de hasta el 15 % del PIB mundial y sumar 6 billones de dólares a la economía global. “La formalización es un pilar fundamental de una transición justa y clave para proteger a las comunidades vulnerables frente a los impactos negativos del cambio climático y ambiental”, afirma Alison Tate.

“Organizar a los trabajadores informales ofrece enormes beneficios potenciales para ellos mismos, sus familias y la economía. Existen organizaciones y redes de trabajadores informales en todo el mundo: desde productoras de sal en India hasta recicladores de base en América Latina”, señala Martha Chen, exprofesora de políticas públicas en la Escuela Kennedy de Harvard y coordinadora internacional fundadora de la red global de investigación, políticas y acción Mujeres en el Empleo Informal: Globalizando y Organizando. “Estas organizaciones son fundamentales porque permiten que las trabajadoras informales —a menudo invisibilizadas en las políticas públicas— puedan alzar la voz, organizarse y ejercer presión para lograr condiciones más justas. Participan en negociaciones colectivas, abogan por reformas legales y políticas, y en muchos casos funcionan como cooperativas que fortalecen la autonomía económica de sus integrantes.”
Un mundo más verde también debe ser un mundo justo
Quizás el aspecto más decisivo de este modelo es el enorme potencial que representa para los 740 millones de mujeres que trabajan en el sector informal a nivel global —sin ellas, alcanzar las emisiones netas cero seguirá siendo una meta inalcanzable. En países como India, Bangladés y Etiopía, estas mujeres enfrentan una red de opresiones superpuestas que se entrecruzan con cuestiones de género, clase y raza —las Agariyas, por ejemplo, pertenecen a la casta Chunvalia Kolis, clasificada como una “clase social rezagada” por el gobierno de Gujarat. Y, sin embargo, son precisamente estas mujeres quienes suelen ser las que promueven soluciones climáticas clave como cocinas ecológicas, sistemas de riego solar y máquinas de coser alimentadas con energía solar. La proliferación de estas soluciones debe servir para empoderarlas tanto social como económicamente, en lugar de mantener las desigualdades del modelo económico basado en los combustibles fósiles.
“Si realmente queremos alcanzar las emisiones netas cero para 2050, debemos reconocer que las mujeres en la economía informal tienen la clave”, afirma Choudhary. “Son ellas quienes implementarán las tecnologías renovables, desde la energía solar hasta la agricultura sostenible. Si las dejamos atrás, no llegaremos al futuro con emisiones netas cero.”


Agariya women are expected to do the most laborious and back-breaking of the salt-farming work. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
Las mujeres del sector informal suelen quedar excluidas de los procesos de toma de decisiones relacionados con el acceso a la energía, la adopción de tecnología y los servicios financieros. El modelo de SEWA no solo les permite incorporar tecnologías verdes, sino también convertirse en sus propietarias y gestoras, garantizando así que puedan acceder a los beneficios que estas generan. Esto no solo incrementa sus ingresos, sino que también eleva su estatus social dentro de sus comunidades, permitiéndoles pasar de la marginación económica a ocupar roles de liderazgo y alcanzar la autosuficiencia.
Poder contribuir económicamente al hogar y tomar decisiones dentro de él es un componente esencial de la equidad de género y del ejercicio pleno de los derechos. Modelos de acción colectiva como el de SEWA también ofrecen una voz conjunta a mujeres que, de otro modo, quedarían excluidas de las conversaciones políticas que definen su futuro.
“Países como Benín ya están entendiendo la importancia de poner a las mujeres en el centro de sus programas de irrigación solar”, afirma Choudhary. “Un mundo más verde también puede ser un mundo más justo; los enfoques ‘neutros en cuanto al género’ tienden a perpetuar jerarquías existentes.”

La transición ecológica representa una oportunidad única para corregir las injusticias de género heredadas de la economía basada en combustibles fósiles, aunque también corre el riesgo de perpetuarlas. Según Boston Consulting Group (BCG), actualmente, se proyecta que las mujeres ocuparán solo el 25 % de los empleos verdes a nivel mundial para 2030. “La transición verde es una oportunidad para el cambio social”, afirma Choudhary. “La economía fósil generó sectores dominados por hombres, como ocurre en las industrias difíciles de descarbonizar. Pero ahora, la economía verde se presenta como una posibilidad para corregir ese desequilibrio. Las mujeres pueden estar al frente de la transición, moldeando el futuro y asegurando que los beneficios de este cambio y los empleos verdes se distribuyan de forma equitativa”.
Para que una transición hacia las cero emisiones netas sea verdaderamente justa, debe ser inclusiva; es decir, debe garantizar que las personas históricamente marginadas no solo participen, sino que lideren el proceso. Afrontar el sexismo estructural de la economía fósil es también una oportunidad para beneficiar no solo a las mujeres, sino a toda la sociedad. Las mujeres tienen el potencial de ser agentes de cambio en la transición verde y de asegurar que se cumplan los objetivos climáticos globales. “El modelo de SEWA no solo beneficia a las mujeres”, concluye Kwatra. “Es hecho por mujeres, pero para las familias. Y hemos comprobado, de nuevo, que las mujeres son las mejores agentes de una transición verde”.

SEWA holds rallies in rural villages to create awareness of climate change. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
Investigaciones globales indican que las mujeres en cargos de liderazgo tienen más probabilidades de apoyar la acción climática y la sostenibilidad. Por ejemplo, los países con una mayor proporción de mujeres en el Parlamento son más propensos a ratificar tratados ambientales y adoptar políticas que aborden el cambio climático. Y en el sector privado, los estudios muestran que las empresas con mayor representación femenina en sus juntas directivas tienden a mejorar su eficiencia energética, reducir su impacto ambiental general e invertir en energías renovables.
Además, existe un fuerte imperativo económico: el Banco Mundial estima que cerrar la brecha de género en el empleo y el emprendimiento podría aumentar el PIB global en más de un 20%. Por su parte, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha señalado que corregir la “mala asignación” de los talentos y habilidades de las mujeres es una vía eficaz para impulsar la productividad. Formalizar el trabajo de las mujeres en la economía informal y empoderarlas para participar activamente en la economía verde permitiría a los países liberar ese enorme potencial económico, al tiempo que se avanza hacia la equidad de género.
La sindicalización puede permitir a las mujeres exigir reconocimiento, mejorar sus condiciones laborales, y acceder a mejores oportunidades económicas y sociales. Al organizar a las trabajadoras informales, SEWA está contribuyendo a que sus derechos laborales sean reconocidos y respetados, brindándoles la oportunidad de mejorar su situación tanto dentro de sus comunidades como en el mercado laboral en general.
“Las mujeres de la economía informal suelen ser el pilar de sus comunidades”, señala Chen. “Cuando las empoderas, por ejemplo, dándoles acceso a tecnologías verdes, no solo estás ayudando a mujeres individuales, sino sentando las bases para un futuro más sostenible y equitativo para comunidades y economías.”

“Aprendimos de los errores”
Pero para quienes buscan replicar el modelo de SEWA en otros contextos —ya sea con productoras de sal, trabajadoras del sector informal, mujeres u otros grupos— hay una serie de lecciones clave que deben tener en cuenta; lecciones que SEWA y sus aliados aprendieron por las malas.
Los principales obstáculos al comienzo del proyecto fueron el alto costo inicial de la infraestructura solar y la falta de acceso al crédito tradicional por parte de las mujeres para financiarla. “Sabíamos que esta tecnología podía cambiar vidas, pero sin financiamiento no iba a suceder”, recuerda Dave. “Las mujeres no tenían garantías para acceder a préstamos de bancos comerciales.”
Para resolver este problema, SEWA y la IFC diseñaron un modelo de cooperativa laboral complementado con un instrumento de financiación mixta para mitigar riesgos. En este modelo, las mujeres reunían colectivamente sus recursos para financiar la infraestructura solar, evitando así la necesidad de préstamos individuales y compartiendo la carga financiera —pero también adquiriendo propiedad sobre los sistemas solares. “La innovación del modelo de financiamiento de SEWA radica en su capacidad para aprovechar el poder de la comunidad y la propiedad colectiva”, afirma Kwatra. Sin embargo, para convencer a los bancos de otorgar préstamos a estas familias anteriormente consideradas 'no bancarizables', fue clave que SEWA facilitara la entrega de documentos CAC ('Conozca a su cliente'), consolidara la demanda y adaptara los cronogramas de pago a los patrones de ingreso de las mujeres, según explica Kwatra.
Otro obstáculo inicial fue el marco normativo y de políticas públicas en India. Cuando se creó el programa, existían políticas energéticas y subsidios para proyectos de energía renovable, pero no para iniciativas pequeñas y de propiedad comunitaria como la de SEWA. “Estábamos empujando una roca cuesta arriba”, dice Dave. “Las políticas estaban pensadas para grandes corporaciones, no para pequeñas cooperativas como la nuestra. Pero no íbamos a dejar que la burocracia se interpusiera.”
Para resolverlo, SEWA y el Consejo de Defensa de Recursos Naturales dedicaron más de un año a hacer incidencia ante agencias gubernamentales, incluyendo el Ministerio de Energías Nuevas y Renovables, y autoridades energéticas locales, para que incluyeran los proyectos solares comunitarios dentro del esquema de subsidios y se permitiera que el parque solar se conectara a la red eléctrica nacional. “Los cambios de política no ocurren de la noche a la mañana”, señala Kwatra. “La capacidad de SEWA para defender a los pequeños productores demuestra lo fundamental que es colocar a las iniciativas lideradas por trabajadoras en el centro de la formulación de políticas energéticas. Este enfoque puede transformar el acceso a la energía renovable, especialmente para quienes más la necesitan.”

Although SEWA’s project is aimed at women, Agariya men are also allowed to attend any of the training or workshops. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
Otro gran reto fue la falta de conocimientos técnicos de las mujeres, ninguna de las cuales había trabajado con tecnologías similares a las celdas solares. Por ello, los programas de formación se diseñaron para ser prácticos y accesibles, permitiendo a las trabajadoras desarrollar sus capacidades técnicas desde cero. SEWA también incorporó un modelo de mentoría, en el que técnicas ya formadas guiaban a las nuevas aprendices. Con el tiempo, este enfoque fomentó una cultura de autosuficiencia, y las trabajadoras ganaron confianza en su capacidad para gestionar la tecnología. “Cuando instalamos los paneles por primera vez, nada funcionaba bien; hubo muchos errores y frustraciones”, recuerda Payal. “Pero la formación marcó la diferencia. Aprendimos de esos errores, y ahora me siento segura de poder mantener el sistema solar sin ayuda”.
Sin embargo, el reto más difícil del proyecto probablemente fue generar la confianza suficiente dentro de la comunidad Agariya. Este grupo ha sido históricamente marginado en la región, e incluso fue clasificado como “tribu criminal” por las autoridades coloniales británicas, lo que les ha hecho desconfiar profundamente de los forasteros. Así que, cuando SEWA propuso llevarse a las mujeres a un “programa educativo” a varios kilómetros de sus hogares, hubo naturalmente mucho escepticismo. “Ganar la confianza de la comunidad para permitir que las mujeres dejaran sus aldeas e hicieran la formación en otro lugar fue un gran desafío”, recuerda Bagai. “Los primeros dos años del programa fueron muy duros”.
Bagai y su equipo entendieron que la confianza debía ganarse. En lugar de lanzarse con una implementación a gran escala, optaron por un enfoque gradual. Comenzaron con proyectos piloto que permitieron a las trabajadoras experimentar los beneficios de la tecnología solar de primera mano. Y lo más importante: permitieron que los hombres Agariya asistieran a las formaciones, talleres o reuniones para que vieran que las mujeres estaban seguras y aprendiendo habilidades valiosas. Con el tiempo, las historias de éxito y el entusiasmo por la formación comenzaron a circular de forma orgánica, y el boca a boca generó un impulso imparable para el programa. “Cuando vimos el cambio que trajo a nuestras vidas, lo compartimos con nuestras vecinas. No fueron solo las líderes quienes impulsaron el proyecto: cada trabajadora se convirtió en embajadora”, relata Saniya.
En términos generales, hay un conjunto simple de recomendaciones para quienes quieran replicar el modelo de SEWA: cultivar la confianza dentro de la comunidad local y co-crear con ella una solución a los problemas identificados; generar evidencia local de que la solución funciona en ese contexto; asegurar acceso a subsidios o mecanismos de financiamiento; garantizar inclusión financiera mediante organizaciones que puedan actuar como intermediarias entre bancos y comunidades; desarrollar capacidades locales invirtiendo en personas comprometidas a largo plazo y combinar tecnología eficaz con organizaciones comprometidas a largo plazo, así cómo activar mecanismos de intermediación financiera y políticas públicas que habiliten el proceso. Una vez que el modelo demuestra resultados y la comunidad percibe los beneficios económicos, los subsidios pueden reducirse de forma gradual.
“Lo único que me preocupa sobre escalar el programa a otros contextos es que requiere tiempo y dedicación por parte de todas las personas involucradas. Y no sé si haya otra organización en el mundo que genere tanta lealtad y compromiso entre sus miembros como lo hace SEWA”, advierte Kwatra. “Eso ha sido clave para el éxito de todo”.
Grandes planes
Afortunadamente, SEWA no muestra señales de frenar su impulso. De cara al futuro, planea ampliar el programa a 10,000 trabajadoras de salinas en Gujarat en los próximos cinco años, y después expandirlo a toda India. “Queremos extender esta transformación a todas las trabajadoras de las salinas del país y a otros sectores como la agricultura y el reciclaje de residuos”, señala Nanavaty. “Nuestro objetivo es crear un modelo cooperativo más amplio e inclusivo que empodere a las mujeres a tomar el control de sus fuentes de energía y de su futuro”.
Para lograrlo, SEWA está abogando ante el gobierno para que se incluya a las mujeres del sector informal en la política oficial de Transición Justa, y también para que se fije un precio mínimo para la sal, como ocurre con otros productos agrícolas del sector formal. La organización también busca ampliar considerablemente el uso de créditos de carbono. Según Bagai, el PNUMA está actualmente en conversaciones con ReNew para ayudar a escalar el programa de sal en India: “Primero en el Rann de Kutch, y luego en otros dos estados”, dice. “También queremos probarlo en dos sectores no relacionados con la sal en otros dos estados”.
El principal desafío para estos ambiciosos planes, según Nanavaty, es el propio cambio climático. “Las olas de calor, las lluvias fuera de temporada y los desastres climáticos están dificultando cada vez más la cosecha de sal de forma constante en las salinas, lo cual socava el modelo de negocio”, explica.
Pero SEWA ya ha comenzado a integrar el modelo en otros de sus programas de desarrollo. El más destacado es su programa Hariyali Gram (Aldea Verde). En colaboración con el Consejo de Defensa de Recursos Naturales y el Ministerio de Energías Nuevas y Renovable de India, el proyecto busca ofrecer un conjunto integral de soluciones climáticas para agricultoras y comunidades rurales, incluyendo riego con energía solar, focos LED para iluminación, ventiladores eficientes para confort térmico, plantas de biogás para cocinar de forma limpia, techos frescos para reducir el estrés térmico en las viviendas, sistemas de riego por goteo para optimizar el uso de agua, luces solares y sistemas de forraje solar para mejorar la productividad agrícola. “Se trata de crear el modelo de aldea del futuro”, dice Kwatra.
Además de la eficiencia energética y la formación como técnicas solares, las mujeres también reciben capacitación en prácticas agrícolas sostenibles, aumentando la productividad y la seguridad financiera. Actualmente, el programa se implementa en 100 aldeas en varios estados.

A gathering of SEWA members at an event for the Hariyali Gram programme. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
De manera similar, en 2021 SEWA adaptó su modelo de apoyo a las productoras de sal para lanzar un programa dirigido a los 2.5 millones de recicladoras de base en India, dotándolas de equipos solares para clasificar y procesar residuos de forma más eficiente. Esto ha reducido el impacto ambiental del trabajo de reciclaje y mejorado significativamente las condiciones laborales.
Por su cuenta, la empresa ReNew está ampliando su programa de formación en energía solar a otras regiones del país. Ha puesto en marcha un proyecto similar para capacitar a trabajadoras del carbón como técnicas solares —hasta la fecha ya han formado a 100 mujeres— y ahora están desarrollando nuevos programas para otros grupos en situación de vulnerabilidad, como las pescadoras. “Nuestro objetivo es formar a 2,000 mujeres en los próximos dos años, y no pararemos hasta haber capacitado en competencias verdes al menos al 50% del país”, añade Sinha.
El éxito del programa para las salineras también ha atraído admiradores en el extranjero. Diversas organizaciones internacionales, ONGs y filántropos están buscando replicar el modelo para apoyar a trabajadores informales en países de bajos ingresos. En 2020, SEWA fue seleccionada como socia en la iniciativa de “Transición Energética Justa” del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que promueve transiciones energéticas equitativas y sostenibles en regiones vulnerables. Esta colaboración busca facilitar el acceso a energía limpia para trabajadoras del sector informal a nivel global, usando el modelo cooperativo de SEWA como estrategia base para empoderar a mujeres y reducir la dependencia de los combustibles fósiles.
Después de la visita de Hillary Clinton a las salinas de Gujarat en 2023, la Fundación Clinton anunció el lanzamiento del “Fondo Global de Resiliencia” por 50 millones de dólares para escalar el modelo de SEWA y ayudar a mujeres de otros países con bajos ingresos a hacer frente al cambio climático. El fondo busca empoderar a las mujeres y fortalecer su resiliencia climática facilitando el acceso a soluciones de financiamiento innovadoras y asequibles para la adaptación y mitigación, además de promover su inclusión en los sistemas financieros formales. “Actualmente está en fase de estudio de viabilidad, pero esperamos un piloto para este año”, explica Sharma.
SEWA también está en conversaciones con la Alianza Solar Internacional con el objetivo de expandir el modelo de emprendedoras solares a trabajadoras del sector informal en toda África. “Estamos viendo un creciente interés por el modelo de SEWA porque se basa en un enfoque ascendente, liderado por trabajadoras, que ha demostrado ser tanto viable económicamente como transformador en lo social”, señala Kwatra. “Es un modelo que puede adaptarse a diferentes contextos, ya sea con salineras en Gujarat, agricultoras en África o mujeres en el sudeste asiático.”
Sin embargo, también es importante considerar posibles consecuencias no deseadas al escalar este modelo. “Hay que prestar atención al aumento en el uso del agua y a los residuos electrónicos solares que podrían generarse si se amplían programas como este”, advierte Choudhary. “Podría convertirse en un problema a largo plazo, y actualmente no se están considerando en las transiciones energéticas del Sur Global.”
En efecto, no existe una solución mágica en la búsqueda de una transición justa hacia las energías con emisiones netas cero. No obstante, el éxito del programa de SEWA con las trabajadoras de las salinas demuestra el poder de la acción colectiva y la propiedad cooperativa en la expansión de iniciativas de energía renovable; no solo permitiendo que las trabajadoras sean dueñas de sus fuentes de energía, sino también dándoles una plataforma para asumir roles de liderazgo en sus comunidades.
Y en el fondo, el modelo de SEWA prueba que el acceso a energía limpia y el empoderamiento de las mujeres pueden ir de la mano.
“El cambio climático no es solo un problema ambiental, es un asunto de derechos humanos. Una transición justa implica reconocer y eliminar las barreras que impiden que las personas más vulnerables participen en las soluciones”, concluye Mary Robinson. “El modelo de SEWA demuestra el poder de lo femenino: no jerárquico, práctico, colaborativo, y unido. Pero lo importante es que, aunque está liderado por mujeres, no es solo para mujeres —es la sociedad entera la que se beneficia.”

Mary Robinson meeting Agariya solar technicians at the community solar park near Dhranghdhra. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)
Esta noche, al tomar el salero en tu mesa, haz una pausa para pensar en el largo camino que ha recorrido esta humilde sustancia hasta llegar a ti. Detrás de este elemento cotidiano se esconde el trabajo invisible de innumerables personas que han laborado en algunas de las condiciones más extremas del planeta. Pero en las remotas salinas de Gujarat, para algunas de esas trabajadoras, una transformación está en marcha; una que trae consigo esperanza, no solo para quienes forman parte del sector informal y sus comunidades, sino también para la lucha global contra el cambio climático.
“Antes me sentía prisionera de las salinas y de las deudas que arrastraba”, cuenta Manguben. “Ahora me siento libre: libre de la contaminación, libre de la deuda. Soy parte de algo más grande, algo que puede cambiar el mundo.”

Manguben (far right) and her sisters next to their family’s solar panels. (Credit: Oliver Gordon / IHRB)